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4 Tipos de personas. ¿Cuál eres tu?




Existen varias formas de clasificar a los colaboradores, empleados o jugadores según distintos criterios. En este post vamos utilizar una clasificación que nos servirá para GUIAR mejor a nuestro equipo y obtener el máximo rendimiento de cada integrante.
Podemos clasificarlos en:
  1. Los que no saben que saben: Este tipo de personas se caracterizan por una baja autestima. Generalmente son quienes hace mucho que trabajan en una misma empresa o en un mismo puesto. Son quienes adquieren, en forma lenta y continua, un aprendizaje sistemático que se aplica solamente a un proceso. Estas personas, cuando descubren que realmente saben, se motivan por un lado y se desmotivan al pensar que están desaprovechados. Puede ésto generar que intenten buscar otros trabajos o bien soliciten una mejora en el acuerdo salarial. En estos casos es bueno adelantarse, ayudarlos a reconocer su experiencia y plantearles un nuevo desafío. Este grupo tiene una tendencia a la desmotivación y a la rutina. No son aptos para puestos jerárquicos y suelen ser muy fieles a los principios de la empresa. Muchas veces descubren todo lo que saben después de renunciar por aburrimiento o desmotivación.
  2. Los que saben que no saben: Es uno de los mejores grupos. Es el ignorante por excelencia pero el ignorante consiente, real. El ignorante sano. Es una ignorancia positiva, dado que enmarca un límite del conocimiento. Sabe que sabe hasta ese límite. En realidad este tipo de persona es muy buena en todo grupo. Es la personalidad práctica, pragmática, simple, rápida, resumida, de poco márgen de error, eficiente. La contra de este grupo es que no es un grupo que arriesgue, ni tampoco es creativo. Son personalidades más bien técnicas con un propósito claro: hacer lo que saben porque son consientes de que saben que no saben. Temerosos al error. Aprenden lento y van siempre a lo seguro. Esto los ayuda a equivocarse poco y a tener un alto grado de eficiencia con las tareas que conocen.
  3. Los que no saben que no saben: Definitivamente éste es el peor grupo de todos. Son personas arrogantes, charlatanes, no miden las consecuencias y el margen de error en sus tareas es altísimo. Son peligrosos ya que no saben tampoco sobre los riesgos de hacer mal algo que piensan que saben hacer, pero que en realidad no tienen idea. Estas personas NO DEBEN estar en un grupo de trabajo. Deben ser capacitados inmediatamente y coacheados hasta que puedan, al menos, saber que no saben. Debemos tener mucho cuidado con estas personas. Su característica principal es que se animan a todo y a todo dicen que sí. Siempre tienen respuestas y muy pocas preguntas. Son de leer mucho pero poco, es decir empiezan muchas lecturas que dejan incompletas. Casi siempre han dejado a la mitad algún estudio o capacitación. Siempre dicen saber más que sus jefes o sus profesores. Son altaneros y les gusta hablar. Pregonan con la teoría pero en la práctica son muy pobres. Prefieren buscar excusas. Poseen un alto grado de carpetas médicas y faltas justificadas. Son expertos en echarle la culpa a los demás o en buscar razones por las cuales algo no se hizo bien. Nunca asumen la responsabilidad.
  4. Los que saben que saben: Es definitivamente el experto. Es el que sabe que sabe. El que lo que hace, lo hace bien. El que conoce con exactitud sus límites. Es primo hermano del que sabe que no sabe. Con la diferencia de que este tipo de persona es menos temerosa que el otro. Arriesgan y exigen al máximo su conocimiento. Les gustan los desafíos y son muy buenos aprendiendo cosas nuevas y ampliando sus límites. Son de los que aprenden y aplican y luego enseñan lo aplicado. Son creativos y multitasking. Les gusta saber y buscan tareas que dominen sin embargo no temen aceptar desafíos porque aprenden fácilmente y no harán nada que no sepan hacer, es decir, se capacitarán hasta saber, y luego harán. Es el líder por excelencia.

Fuente: Ser Gerente

Cambios en la Alta Dirección Pública

Se requiere que los altos directivos estén sujetos a convenios de desempeño transparentes, con metas precisas, y que exista una evaluación informada de su gestión.


El Estado chileno está lejos de lograr el nivel de profesionalismo que caracteriza a otras administraciones gubernamentales en países desarrollados. El estatuto administrativo ha protegido históricamente a los funcionarios no directivos, pero sus rigideces incentivaron la incorporación de personas a contrata y honorarios. Como consecuencia de esta situación, apenas un tercio de los empleados del sector público pertenecen a la planta. El resto tiene otras condiciones. En cambio, los funcionarios directivos de primer, segundo e incluso, en algunos casos, de tercer nivel han sido de exclusiva confianza de los gobiernos. Esto llevó a una politización de estos cargos, lo que ha afectado la gestión profesional en la administración pública. En 2003 se intentó poner freno a esta situación creando la Alta Dirección Pública. Se aceptó, sin embargo, que estos puestos siguieran siendo de confianza exclusiva de los gobiernos de turno.

La consecuencia más visible de este fenómeno es que si bien se ha asegurado un filtro técnico en los nombramientos, la rotación de los altos directivos tanto de primer como de segundo nivel ha sido muy elevada. Ello ha sido especialmente notorio en los momentos en que se ha producido alternancia en el poder. En 2010, al asumir Sebastián Piñera la Primera Magistratura, el 62% de los cargos de primer nivel fueron removidos. En el segundo gobierno de Michelle Bachelet, esta proporción alcanzó a 63%. En el caso de la salud, estas rotaciones llegaron al 85%. Es imposible que en estas circunstancias se pueda gestionar adecuadamente el Estado. Además, ello ha desincentivado la postulación de muchas personas al Estado, porque a la larga no es su gestión la que es evaluada, sino su compromiso político.

Para intentar corregir esta anomalía y situar la gestión del Estado en un horizonte de más largo alcance, se legisló para asegurar una mayor estabilidad en estos cargos. Ello se ha hecho principalmente a través de dos vías. Por un lado, ocho meses antes de un cambio de gobierno la administración vigente debe justificar la remoción de un alto directivo y tener el voto favorable de cuatro de cinco miembros del Consejo de la Alta Dirección Pública. Al mismo tiempo, de producirse una vacancia, no se podrán nombrar directivos transitorios y provisionales (esto es cierto en cualquier momento), debiendo ejercer el cargo la persona que la ley establece como subrogante. Por otro lado, un nuevo gobierno durante los primeros seis meses de su gestión también tendrá que justificar la desvinculación y conseguir el acuerdo del Consejo ADP para este propósito.

Este enfoque incrementa la posibilidad de que se avance en instalar una estructura directiva en el sector público que posibilite una mirada de más largo plazo en la gestión pública que la aísle del ciclo político. Además, daría espacio para pensar en un nuevo cuerpo legal que superara la actual estructura dual en el empleo público: por una parte, un grupo excesivamente protegido por el estatuto; por otra, un grupo sin un grado mínimo de protección.

Por supuesto, estos cambios no son suficientes para cumplir este propósito. Se requiere que los altos directivos estén sujetos a convenios de desempeño transparentes, con metas precisas, y que exista una evaluación informada de su gestión realizada por los subsecretarios, que son los jefes administrativos de los ministerios. En esta tarea deben ser asesorados por el Servicio Civil. Ayudaría que una vez definidos los objetivos políticos, que obviamente son responsabilidad de los gobiernos, los altos directivos tuviesen flexibilidad para realizar la gestión de personas y recursos financieros bajo su responsabilidad. Ello obliga a nuevas maneras de pensar el Presupuesto de la Nación. Es evidente, por tanto, que el esfuerzo modernizador no termina con estas iniciativas. De hecho, es un retroceso, a pesar de los avances mencionados, que la ley permita a un nuevo gobierno nombrar hasta 12 altos directivos a voluntad. Ello fortalece la idea de que los altos directivos deben ser de confianza política, lo cual es un error, y el día de mañana seguramente habrá presión para que se aumente este número.

Cómo superar el fracaso y además sacarle provecho

Fracasar es algo ineludible en la vida, pero nadie lo disfruta y, mal entendido, puede ser algo bastante traumático. Esto es lo que recomiendan los expertos en coaching, para saber enfrentar el error y hasta aprovecharse de él.


Una mala nota cuando chicos, luego algún desatino público, tal vez un desamor o hasta una mala inversión tipo AC "Inversions"... el fracaso tiene todo tipo de tintes y colores. Y sí, todos tenemos clarísimo que en la vida lo importante no es nunca caer, sino levantarse. Es la frase que nos han dicho mil veces y que le repetimos a cualquiera para darle ánimo junto a esa palmada nerviosa en la espalda, pero que a la hora de la verdad se hace bastante difícil de aplicar.

Si somos sinceros, nadie quiere fallar (ni un poco), menos aún en este mundo de las bellas apariencias. Bien, pero en el camino de la vida hay varios fracasos. ¿Cómo no hundirse en la frustración ni "tirar la esponja" cuando nos rechazan, nos equivocamos o no logramos lo esperado?

Para enfrentar esas pequeñas o a veces enormes derrotas que nos trae la vida, les damos algunas claves de expertos que sirven para no paralizarse y además sacar provecho de la situación, a pesar del dolor y la humillación de las caídas. A ver si nos convencen de que fallar, incluso nos conviene.

1. Asumir el fracaso como parte de cualquier proceso

Si se quiere avanzar en la vida o al menos ponerle un poco de emoción, siempre estará el riesgo de algún tropiezo. Hay que recordar que, a fin de cuentas, ¿A quién no le ha pasado? y estar preparados para la eventualidad de un fracaso. No es predisponerse a fallar, sino estar conscientes de que puede ocurrir, que es parte del proceso y que nos recuperaremos.

"Simplemente significa que si te enfrentas con un revés, hay que entender que ese no es tu destino final. Es un trampolín en el viaje que te está llevando a donde tienes que estar", aclara Graham Young, experto en estrategias de crecimiento personal y éxito profesional.

2. Mirarnos a nosotros mismos

Luego del fracaso, debemos aceptar lo que pasó, hacer una reflexión y ser honestos al respecto con nosotros mismos. ¿Cuál fue el error que cometí y por qué? ¿De qué otra forma podría haber sido?

"Si no hacemos esto, no se aprende, y si no aprendemos, ahí sí que corremos el riesgo de fracasar muchísimo", advierte Young. "Si no aprendemos de nuestros errores y fracasos en la vida, estamos condenados a seguir repitiéndolos".

Pero, en este escenario, es clave conversar nuestra red de apoyo, que nos ayuda a medir realmente el peso de nuestros errores, para no autoflagelarnos más de la cuenta.

"Los fracasos no hay que vivirlos de manera solitaria, hay una etapa inicial de auto análisis, pero después viene una de hacerlo público, de comunicarlo para que tu contexto te diga cuán grave es realmente", recalca Álvaro Fuenzalida, coach organizacional de Versátil Consultores.

3. No tomárselo a la personal

Si bien lo fracasos son nuestra responsabilidad, hay que separarlos de nuestra identidad. Mal que mal, si Walt Disney, Steve Jobs y todos los exitosos que mencionamos en este artículo hubiesen pensado así, jamás habrían logrado hacer realidad sus ideas.

"El hecho de que no hayas encontrado una manera exitosa de hacer algo (todavía) no quiere decir que tú eres un fracaso", recalca Susan Tardanico, coach de gerentes generales y equipos ejecutivos de grandes compañías.

Tardanico agrega que, a menudo, nuestro miedo al fracaso se basa en el miedo a ser juzgados, un pensamiento del que hay que deshacerse con urgencia. Todos fracasan y nuestro valor como personas no depende de nuestros tropiezos, ni menos de la opinión de otros sobre eso.

"Lo que hago en el día a día, son acciones que construyen mi identidad, pero el resultado de esas acciones no son nuestra identidad en sí", comenta Fuenzalida.

En el proceso de aprendizaje, realizamos constantemente acciones para obtener resultados. Si son positivos, las volvemos a realizar, pero cuando no, las cambiamos. Si el abanico de soluciones para lograr algo no tiene más posibilidades, ahí es cuando hay que ir por el aprendizaje de segundo nivel, que es el que transforma a la persona para que tenga más habilidades y pueda lograr lo que se propone. En este caso se hace necesaria una asesoría o coach.

4. Dar vuelta la página

Uno de los peores caminos a seguir después de algún fracaso, es revolcarse en el barro de la frustración, culpándonos obsesivamente por todo. Eso no va a cambiar el resultado y sólo agotará mucho a quienes nos rodean.

"No se puede cambiar el pasado, pero puedes darle forma a tu futuro. Cuanto más rápido se toma un paso positivo hacia adelante, más rápido puede dejar atrás estos pensamientos debilitantes y monopolizantes", enfatiza Tardanico.

Luego de entender por qué cometimos el error o tuvimos un tropiezo, ya es hora de seguir adelante con nuevos proyectos. Un clavo, saca a otro clavo. ¿Ven? Aplica para todo.

5. Ver la oportunidad

Si no fallamos en la vida, nos quedamos en la zona de confort, cómodos, tenemos menos desafío y seguimos el camino que creemos correcto. Pero a menudo, un error nos puede abrir otras puertas con opciones mucho mejores de las que planeábamos.

"No podemos evitar que los obstáculos aparezcan en la vida, pero podemos elegir la forma de manejarlos. Pueden bloquear nuestra visión temporalmente, pero si perseveramos, podemos descubrir las oportunidades que siempre nos han estado esperando al otro lado", afirma Young.

Servirán también para aprender a conocerse a uno mismo, agrega Fuenzalida, para que incluso en los futuros fracasos la caída sea más suave o tengamos mejores habilidades para evitarlos.


Fuente: El Definido

Las presiones y tensiones en el sistema de Alta Dirección Pública




Seguramente la gran mayoría de los chilenos, no tiene idea que el año 2003 se creó el servicio civil, el que en pocas palabras es como la gerencia de recursos humanos del estado. Su fundamento es el que sigue:

Misión
Posicionar la gestión estratégica de los recursos humanos como un eje central de un estado moderno al servicio de los ciudadanos, realizando las acciones necesarias para el funcionamiento del sistema de alta dirección pública y asesorando a los servicios públicos en el desarrollo de políticas de gestión de personas.

Visión
Construir un estado de personas al servicio de las personas

Valores institucionales
  • Excelencia en nuestro servicio, preocupados por satisfacer las necesidades de nuestros usuarios basados en la eficiencia de nuestros procesos y la calidad profesional de cada uno de nosotros. 
  • Transparencia en cada una de nuestras acciones, entregando información oportuna a nuestros usuarios externos e internos. 
  • Colaboración, confianza y respeto en las relaciones internas y con nuestros usuarios. 
  • Compromiso con el proyecto del servicio y con la función pública. 

En la práctica, se ha tratado de un organismo que ha tenido que hacerse un espacio complicado de tomar, pues se trataba de introducir una lógica técnica y transparente, en la designación de al menos el número 1 y 2 de la tremenda cantidad de organismos públicos. Como siempre en la vida, se trataba de repartir (y quitar) poder.

Mi experiencia como docente, me permite decir que el trabajo del servicio estaba dando frutos. Que la tensión entre funcionarios de carrera, por concurso, y políticos estaba muy presente, pero diría que en el cauce natural de una transformación política, cultural, y técnica.

El cambio de gobierno, era la gran valla que debía sortear el servicio civil. ¿Lograría la lógica profesional y técnica, imponerse a la lógica política? la respuesta no es muy auspiciosa a decir verdad. Iban 28 despidos de números 1, sin razones vinculadas al desempeño o idoneidad para el cargo. Sobre esto, las tensiones, y una propuesta de futuro, trata el siguiente artículo de Eduardo Abarzúa, PhD. en ciencias del trabajo, universidad católica de Lovaina, Bélgica.

El sistema debutó en 2003 para garantizar que el mérito profesional, más que el partisanismo político, entrara en la alta dirección del estado. Pero todos sabían que la prueba mayor llegaría cuando cambiara la coalición política gobernante. La prueba llegó y el sistema no se está fortaleciendo. 

¿Creemos o no en un servicio civil para Chile? en 2003, fruto de un amplio acuerdo político, se estableció por ley la concursabilidad para un conjunto de cargos antes de nombramiento discrecional de la autoridad política. De esta forma se iniciaba uno de los cambios más trascendentales en la gestión de personas estratégicas en el estado: la introducción del mérito y de una administración profesional para un conjunto de cargos de primer y segundo nivel jerárquico. Se comenzaba a proteger una parte de la administración del estado del cuoteo político.

Sin embargo, nuestro sistema de alta dirección pública recoge en su diseño las incapacidades y desconfianzas transversales que tiene el mundo político en su convivencia con una gerencia profesional. Para unos fue una manera de quitar facultades al ejecutivo; para otros, simplemente, perderlas. En torno a dicha dinámica se produjo el consenso que no siempre respetó el principio fundador del sistema: dotar al estado de los mejores profesionales cuyas funciones no se limitaran exclusivamente a las designaciones del gobierno de turno, sino que se basaran en la continuidad de políticas públicas con perspectivas de largo plazo.

Así nació nuestro modelo de servicio civil, a veces brillante y también contradictorio. Por ejemplo: el proceso es altamente exigente al momento de seleccionar, pero desprotege al gerente público a la salida porque basta la invocación de la pérdida de confianza política para despedirlo, sin considerar su convenio de desempeño. El mundo académico lo sabía: el sistema realmente se probaría cuando cambiara el signo de la colación gobernante.

El sistema en la alternancia
En las últimas semanas se ha ido consolidando una relación con el sistema por parte de la actual coalición gobernante que en nada la diferencia de la anterior. Por ejemplo: el recurso a la pérdida de la confianza política para justificar el despido sin fundamento en el desempeño de aquellos directivos que fueron seleccionados por concurso y mérito profesional. Es más, en algunos casos se les ha expresado que es por la necesidad de disponer de cargos a nombrar en servicios que son parte del sistema. Tal vez el caso más emblemático sea el del director del FOSIS, quien que además tenía una buena evaluación en su convenio de desempeño.

Al mismo tiempo, la permanencia de la jefa de asesores del presidente en el consejo de alta dirección pública tensionó el modelo, pues dicho consejo debe garantizar la imparcialidad en la concursabilidad, y limitar la discreción del ejecutivo en materia de selección de los respectivos gerentes públicos. Por lo mismo, su renuncia debe hacerse efectiva de manera inmediata, pues permaneciendo “hasta que comience el proceso de entrevistas” persiste su conflicto de interés: sigue influyendo, por ejemplo, en el proceso de elaboración de perfiles y revisión de antecedentes de los candidatos. Discernir más allá del propio interés o de lo que la ley prohíbe es vital para fortalecer el sistema.

Nuestro modelo no sólo permite el despido por pérdida de confianza política, sino también el reemplazo por la vía del nombramiento de profesionales transitorios o provisionales. En la práctica, mediante este recurso un gobierno podría cesar en sus funciones a la totalidad de cargos concursados, sin fundamento en el convenio de desempeño, y nombrar a la totalidad de personas basándose en la afinidad política. Lamentablemente, al cierre de este artículo, son más de 28 altos directivos públicos los cesados en su cargo. Ellos serán reemplazados por otros, que mientras no pasen el filtro del concurso público, sólo cumplirán el requisito de la confianza política.

El debilitamiento del sistema y su institucionalidad
Los hechos anteriores siembran dudas respecto a la convicción de las actuales autoridades sobre la utilidad de un sistema de alta dirección pública. Los dichos recientes y oficiales de uno de los partidos de la coalición gobernante criticando el sistema parecen lapidarios. En los hechos, en varios aspectos se vuelve atrás en lo avanzado en los últimos años, pues se reinstala el uso político de los cargos que el sistema identificó: se remueve y se nombra exclusivamente por razones de confianza política, a pesar de que los cesados han sido evaluados sin observaciones en los indicadores del convenio de desempeño que establece el servicio civil. Hay una evidente colisión con uno de los principios fundadores: al estado van los mejores sin importar su pensamiento político, y son elegidos por un sistema que da garantías a todos.

Del mismo modo, si los despidos continúan, será imposible para la dirección nacional del servicio civil administrar eficientemente la sobrecarga de concursos públicos producto de una renovación por sobre lo razonable, y será legítimo el nombramiento y mantención de suplentes, con la consecuente crítica respecto a la eficacia de su labor y la necesidad de modificar su naturaleza o rol.

Tampoco es razonable que en cada cambio de gobierno se discuta la calidad de los concursos efectuados por un sistema que, a través del consejo de alta dirección pública, integra los mejores técnicos de las diferentes fuerzas políticas y da garantías de imparcialidad regulando y garantizando que los procesos de selección de primer nivel jerárquico mantengan independencia de criterios políticos. Si así ocurre, se debilita el sistema y se reinstala la potestad de nombramiento sobre instituciones en las que se había logrado introducir el principio de la prescindencia política en el nombramiento, pues se trata de la aplicación de políticas públicas de trascendencia para el país.

Discutir hoy cómo se profundiza el sistema es vital para avanzar en materia de profesionalización y mérito. Afirmar que sería legítimo pedir la renuncia a todos los directivos seleccionados durante el gobierno de la concertación, pues se habría “aceptado el criterio de la afinidad política”, es irresponsable frente al enorme esfuerzo de los integrantes del consejo de alta dirección pública, los profesionales de la dirección nacional del servicio civil, la firmas nacionales e internacionales de reclutamiento y, peor aún, los miles de postulantes que han sido parte de los procesos de selección. Lo más grave es que este tipo de argumentos, construidos para legitimar una decisión presente, debilitan y desprestigian el sistema. Nadie querrá ser parte de concursos públicos en los que ser seleccionado supone afinidad política, y menos aun cuando un cambio de signo en el gobierno implica remoción, independiente de los resultados obtenidos.

Profundizar la alta dirección pública
Aquí una precaución: profundizar el sistema no significa concursar todos los cargos de I y II nivel jerárquico. El desafío de un servicio civil durable es asegurar el cruce entre la función gubernamental y la función administrativa. Si todo es concursable, el gobierno pierde las facultades mandatadas por la ciudadanía. Si nada es concursable, el gobierno pierde las herramientas para hacer su gestión eficiente. La concursabilidad no es el antídoto a la política: en un estado moderno el criterio político se integra y convive con una administración profesional. En definitiva, se trata de los límites entre la administración técnica y la consistencia política con el gobierno de turno.

Un elemento que debe ser nuevamente discutido, sobre todo cuando estamos a las puertas de una reforma integral del sistema, es la distinción entre servicios concursables y de designación política. Es un hecho que no basta la separación entre aquellos que diseñan políticas y los que las ejecutan. El asunto no es de principios sino práctico: cómo diferenciar cargos y actores políticos de cargos y actores profesionales en la gestión del estado.

Sobre este tema la OCDE recomienda un enfoque pragmático y no dogmático. Es la combinación de diferentes criterios, balanceados en su contexto, lo que nos permitiría dirimir que un cargo sea más político que profesional. Por ejemplo, la materia de un servicio puede ser políticamente neutra o diferenciadora. También el rol: hay cargos directivos que se ven sometidos a una interpelación constante de los medios, del parlamento y aquel que lo ocupa debe gestionar interacciones políticas delicadas y complejas. Del mismo modo, hay servicios que tienen a su cargo materias de la más alta importancia estratégica para un gobierno. En esos casos no parece aconsejable la concursabilidad.

Por otra parte, para aquellos servicios en que se opte por el concurso público no es lógica la destitución por razones de confianza política y resulta evidente que ese tipo de argumento debe ser equilibrado por el uso de un instrumento –el convenio de desempeño y sus indicadores- y la actuación de la institución que ha llevado adelante el proceso de selección: la dirección nacional del servicio civil. Esta debe ser un contrapeso y asegurar una efectiva influencia en el presidente de la república. El rol de esta institución no es sólo garantizar la concursabilidad, sino la objetividad, transparencia y excelencia en el proceso de ingreso; la apreciación del desempeño y también velar por la gestión de personas en el estado. Por lo mismo, debiera tener el más alto rango: una subsecretaría de la función pública.

Otro tema a revisar es la designación de cargos directivos transitorios y suplentes. En el actual contexto, no sólo no existe contrapeso al argumento de la confianza política para la cesación de un alto directivo público, tampoco existen limitaciones para nombrar un suplente. Al respecto puede ser una simple solución limitar el nombramiento de profesionales provisionales dejando restringida dicha designación al subrogante legal de la planta respectiva. Lo anterior sería un auténtico desincentivo al uso de indiscriminado de la remoción por pérdida de confianza y también un estímulo a la pronta concursabilidad de los cargos.