Vivimos momentos en los cuales, todo evoluciona o cambia a un ritmo vertiginoso, exigiéndonos estar a la altura y adaptarnos de manera constante, durante los últimos años es común hablar en diferentes ambientes sociales de la gestión del cambio, de la importancia de evolucionar, o de conceptos que evocan esta máxima que es la transformación, como por ejemplo la innovación.
La importancia del cambio no es algo nuevo, o exclusivo del siglo XXI, sino que nos ha perseguido a lo largo de la historia, ya Heraclito afirmaba en el siglo I a.c, “El fundamento de todo está en el cambio incesante”
Por lo que claro está que es una máxima decir que el cambio nos rodea, y ahora lo importante es definir cuál será nuestra actitud frente al mismo, siendo las más comunes:
- Resistirnos y rechazar el cambio, entendiendo que la situación actual es mucho mejor que la que nos proporcionará el cambio, en esta actitud la justificación del mantenimiento de nuestro “status quo” es la base por la que nos resistimos, pero oculta esta la verdadera causa que nos mueve a resistirnos que no es otra que nuestra percepción del cambio como amenaza. Esa amenaza o miedo a lo desconocido, nos mueve a actuar de manera innata o paralizándonos o huyendo del cambio.
- Para no caer en estas reacciones es fundamental que cambiemos nuestra visión de los cambios, entendiendo que detrás de ellos se esconden oportunidades y no amenazas, desarrollando nuestra capacidad de convivir con los cambios de manera proactiva sin entender los mismos como algo negativo, generando nuestra resiliencia. Pensad que hagamos lo que hagamos las olas van a venir y que de nosotros mismos depende si queremos coger una tabla de surf y manejar las olas desde su interior, o quedarnos parados y que las olas nos pasen por encima con el claro riesgo de morir ahogados.
De nosotros depende elegir como queremos reaccionar ante las novedades que nos irá deparando este año, en todos nuestros ámbitos, pero está claro que la avestruz no evita que se la coman cuando esconde la cabeza debajo de la tierra.
Ya no se trata de no resisitirnos al cambio sino de ser conscientes de que nuestra vida estará plagada de ellos y que nuestra única opción es “vivir en el cambio”.
Las organizaciones ya demandan como una de las habilidades más importantes en sus empleados esta resiliencia con la que poder gestionar los cambios con una actitud positiva y con proactividad.
Dentro de los grandes proyectos de transformación de organizaciones en los que he participado, se suele analizar a los empleados en diferentes grupos en función de su actitud ante el cambio, siendo dos los colectivos en los que se trata de encuadrar a todo el mundo y poder desarrollar diferentes acciones para delimitar las resistencias ante el cambio.
Estos dos grandes grupos son empleados “motores” (siendo estos los que si quieren cambiar, son resilientes y confían en la visión futura y los beneficios del cambio) y los empleados “frenos” (aquellos que tratan de poner palos en la rueda del cambio para tratar de justificar su posicionamiento actual o su falta de preparación con respecto al futuro)
Y vosotros; ¿Qué tipo de empleados queréis ser, “motores” o “frenos”, y ¿Con qué tipo de compañeros queréis trabajar?
Me gustaría cerrar esta reflexión con una gran verdad que introdujo Charles Darwin en su teoría de la evolución de las especies:
“Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al cambio”
Fuente: HUMANNOVA
